La reforma se limita a la cocina de una vivienda existente, con la premisa de conservar el máximo de elementos originales posibles sin dejar de aportar un valor contemporáneo. Las obras debían realizarse en el menor tiempo posible, ya que el cliente continuaría viviendo en el piso.
La intervención, lejos de tener una actitud invasiva, establece un diálogo con la memoria, poniendo en valor los recuerdos que activan algunos elementos de este espacio en sus habitantes. Por esta razón, la propuesta se centra en lograr la convivencia de los elementos preexistentes que el cliente desea conservar, con los nuevos elementos que se incorporan en la actuación.
El esquema funcional propuesto plantea cuatro zonas, con una secuencia transversal, definidas según su uso: comedor diario, zona intermedia de almacenamiento, cocina y una pequeña terraza exterior. La nueva distribución de la cocina se ve reflejada en un aumento de la superficie de trabajo y de la capacidad de almacenamiento en el mobiliario.
La incorporación de la madera como nueva textura, rodea el espacio del comedor diario, envolviendo también a su paso la nueva zona de almacenamiento, donde se esconde un armario-despensa y se agrupan las neveras existentes. La madera aporta calidez en contraste con el revestimiento cerámico original, dotando al espacio de distintas atmósferas. La madera también ofrece el fondo contemporáneo sobre el que se recortan las piezas pertenecientes a la cocina original, como la mesa, las sillas, la lámpara de suspensión y la alacena con vitrina, dando unidad al conjunto.
La secuencia se completa con una pequeña terraza exterior, para desayunar los días de verano, que se reviste con madera de ipe y que además incorpora un cajón de guardado, también de madera, que a su vez sirve de asiento.
Listones de madera maciza de roble colocados con chaveta sobre estructura auxiliar. Superficies con paneles de madera lacada. Suelos de gres porcelánico en el interior y tarima de ipe en el exterior.